Análisis visual: El Centro de Cuernavaca
Miriam Estrada
(Fragmento)
Cientos de
personas transitan ante mis ojos. Un pequeño rechinido anuncia la llegada de
algún transporte público; al mismo tiempo, otro vehículo acelera y arranca. Es
el paradero de Galeana, uno de los más utilizados en el municipio de
Cuernavaca, Morelos.
Observo la
luz del atardecer, sí esa luz dorada que se difunde por la calle de Hidalgo y
llega cuál ráfaga hasta la fachada del Palacio de Cortés, inmueble ícono de la
capital morelense.
De pronto,
algo atrapa mi atención, son dos "diableros" que, en contrasentido, empujan hacia
la calle de Mariano Matamoros cargas de papelería. Lo hacen despacio y
coordinados, como un eje ferroviario.
Así, como
en un teatro, los diableros siguen su camino y desaparecen hacia la derecha,
entonces dos policías entran en la escena: Detienen al conductor de una ruta
12. Hablan con él. Uno se planta en frente de la unidad, saca su celular y le toma
una fotografía. Pasan minutos, la unidad se va, llega otra y la escena se
repite.
Una pareja
se para en la acera frontal. La chica lleva puesto un largo vestido negro
“formal” con un detalle blanco en el cuello, llama mi atención su calzado
completamente desgastado que contrasta con su atuendo. Su acompañante viste
jeans y playera. Ambos se mantienen estáticos, sin mediar palabra, como dos
extraños. Me doy cuenta que no es así, cuando se toman de la mano para abordar
su transporte.
Al fondo,
hay una tienda de vestidos. El colorido de la ropa sobresale entre los
maniquíes plateados. En medio de ambos, justo en la entrada, dos empleadas
entalladas en pantalones color negro y playeras rosa, balancean sus cuerpos,
quizá hay música que no alcanzo a escuchar. De lejos parecen dos títeres.
En la
contraesquina, otra pareja de jóvenes se recarga en una de las once columnas
del edificio de la Beneficiencia Española. Él la besa apasionadamente mientras
ella lo aleja ante el ir y venir de la gente.
En otra de
las columnas, un indigente se recarga. Viste bermudas y una camisa rota. Su
aspecto es descuidado. Su mirada se pierde en el suelo, en la nada.
En las
escalinatas, un grupo de jóvenes descansa frente a una paletería de nombre La
Michocana. Una melodía acompaña el cuadro ¡Es un carrusel! Cinco caballitos que
dan vuelta esperando sin éxito a niños que quieran montarlo, pero de nada
sirven las luces neón que se vuelven más luminosas mientras la tarde avanza y da
paso a la noche. Ningún niño se acerca.
Globos, burbujas y puestos
de elotes sirven de muralla al histórico kiosko de Cuernavaca. Vendedores lo
rodean llenando de luces la zona que a esta hora ha cedido a la oscuridad de la
tarde-noche. Los niños juegan. Mujeres y hombres platican sentados en las
bancas. Las luces blancas, rojas y amarillas de los vehículos avanzan. Es una
tarde más en el Centro de Cuernavaca.
Fotoperiodismo móvil
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