La sonrisa de Nora

La sonrisa de Nora me visita. Ser la niña nueva en la escuela pocas veces es algo lindo. Como cualquier humano, los niños tienden a marcar sus territorios, a formar microsociedades en donde el foráneo no es bien recibido. Así nos pasó a Nora y a mi cuando ingresamos a aquel Sexto "A" de aquella primaria rural morelense. La mayoría de nuestros compañeros habían crecido y estudiado en la zona, así que naturalmente nos rechazaban. Quizá fue eso lo que nos unió aquella tarde en que la maestra Toña nos pidió un trabajo de Geografía.
Tengo que admitir que me sorprendió que Nora tocara a mi puerta ya que no la había invitado.
- ¡Tienes visita!, dijo mi mamá
¿Visita yo?, pensé. Ya en el interior, Nora me explicó que había recordado que yo tenía una cartografía que nos sería de utilidad. De esta forma, en cuestión de minutos estábamos riendo, estudiando y disfrutando la tarde que se alejaba por el lado derecho de la casa. Mi mamá nos dio limonada y alguna botana. Nora me contó que vivía con su abuelita a quien le decía "mamá" y con su tío a quien ella veía como su hermano. Me dijo que en su casa tenían una pollería y que no tenía papá.
Anocheció y encaminé a Nora rumbo a su casa. No hubo una segunda visita.
¿Qué pasó? No lo sé con exactitud. Sólo tengo la certeza de que yo seguí mi infantil vida al igual que ella lo hizo.
Me la encontré muchas veces, incluso ya en la secundaria. Su sonrisa siempre resaltaba en la blancura de su rostro, en el ocre de sus cabellos que le llegaban a la cintura y que eran aprisionados en una cola de caballo sujeta con descuido; en esa mirada llena de indiferencia.
Nora era una niña muy linda y esa lindura se acentuó cuando, a los 14 años, se cortó el cabello a la altura de los hombros y cambió la coleta por una diadema color ámbar. Un día, como tantos, la vi parada afuera de la reja de la secundaria como a las 13:10 horas, esperando que la prefecta abriera. La saludé y, como siempre, su gran sonrisa me recibió como si no me hubiese visto en años, pero, también, como siempre, no me quedé a platicar con ella sino seguí mi camino rumbo a la papelería o a ubicar a mis amigas en la fila
Así llegó aquella mañana en julio de 1986 cuando el "gritón", como le decía mi mamá, ofertaba el Diario de Morelos con una nota muy llamativa y con el "plus" de que "los hechos" habían ocurrido en nuestra colonia.
Mi mamá accedió a adquirir el diario. Busqué la nota, que se limitaba a ser de cinco párrafos y sin foto, y leí:  "La matan de 13 puñaladas" .
Aún recuerdo aquellas palabras mal acomodadas, pero que línea a línea me descubrían que la víctima era Nora.
A grandes rasgos la nota informaba que presuntamente la mamá de Nora la había dejado atendiendo la pollería cuando de pronto apareció el hermano quien le exigió que le diera el dinero de la venta. Nora se negó por lo que inició una discusión que culminó cuando su hermano, que en realidad era su tío, tomó el cuchillo y se lo encajó en 13 ocasiones hasta matarla.
Fue al concluir la nota cuando se agolparon cientos de imágenes de Nora sonriendo. Cada una de las veces que me saludó, cada vez que sus ojos se toparon con los mios en cualquier pasillo de la primaria, de la secundaria, de la calle.
Han pasado 25 años de aquel suceso y aún, en noches como esta de un día cualquiera, la sonrisa de Nora me sorprende y me visita sin aviso.


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