¿Soberanía en el campo?

Es casi el mediodía y las espigas de sorgo se alzan hacia el sol en las lomas de Yecapixtla, Morelos. El paisaje es fascinante y por ello no es de extrañar que la zona sea una de las favoritas por los lugareños para dar largos paseos ya sea en la mañana o por la tarde. 



  Por: Miriam Estrada


En la zona, la agricultura ha sido una de las actividades más importantes y el sorgo es el cultivo que mayor éxito ha tenido durante el último lustro. Hoy en día son 6 mil 761 las hectáreas que se cultivan anualmente y su uso principalmente está destinado a la ganadería. Sin embargo, al caminar entre las estrechas veredas que separan un sembradío de otro llaman la atención los letreros que informan la variedad de semilla utilizada. Así, los nombres de Asgrow y Pionner pronto empiezan volverse familiares. Y es que el éxito de las cosechas de sorgo no ha llegado solo hasta esta zona del oriente de Morelos, de acuerdo con Ignacio Lagunas, jornalero del lugar, los hipnotizantes sembradíos color marrón que tanto agradan a los visitantes se han conseguido en gran medida a los paquetes tecnológicos facilitados desde hace un par de años a través del Instituto Nacional de Investigaciones Agrícolas, Pecuarias y Forestales (INIFAP). 
“Cada seis meses o cada año se realiza una asamblea y ahí platican a los patrones sobre los beneficios de integrarse a los paquetes que ellos manejan. Sobretodo comentan la ventaja de evitar gastos innecesarios en la compra de insecticidas”, explica. 

Unos trípticos emitidos por el INIFAP, con el aval del Gobierno del Estado, la Fundación Produce y la Sagarpa confirman lo dicho por Lagunas. En las hojas se exhorta a los campesinos a adquirir tecnología para conseguir mejores ganancias con una inversión menor lo cual resulta muy atractivo. No obstante, entre las semillas que recomienda el instituto resaltan las comercializadas por la empresa Monsanto, cuya reputación a causa de los granos transgénicos se ha mantenido en tela de juicio no sólo en México, en donde trabaja desde el año 1960, sino a nivel mundial. De acuerdo con los ambientalistas, Monsanto y otras empresas transnacionales como Pionner han encontrado en el financiamiento a investigaciones mexicanas, como pueden ser a través del INIFAP, un terreno fértil para “amarrar” convenios a través de los cuales se les garantice la venta de sus semillas ya patentadas con lo que inevitablemente se pierde la soberanía en el campo. 
El grupo ecologista Greenpeace considera a Monsanto como una amenaza a la agricultura tradicional y a su autonomía por sus prácticas de comercialización que generan una dependencia casi permanente debido a los contratos que suscriben con los agricultores y en donde se les prohíbe el almacenamiento de semillas o la utilización de las que pudieran obtenerse de los propios cultivos. Bajo el argumento de que la tecnología cuesta, las transnacionales fijan cada año el precio de las semillas propiciando que en varios casos los agricultores simplemente no tengan recursos para reinvertir en la adquisición de semillas. Pero, ¿qué dice Monsanto a todo esto? En su sitio web, la empresa se defiende de lo que considera ataques sin sustento y aclara que cada día invierte en tecnología 2 millones de dólares los cuales, deben ser recuperados a través del pago de patentes. Un paisaje contradictorio Para la empresa transnacional Monsanto los puntos de vista de los ambientalistas sobre sus prácticas de comercio en contra de los agricultores tradicionales son ataques sin sustento. La tecnología cuesta millones de pesos anualmente y el campesino y el consumidor deben pagarla.
Cuando los agricultores compran una variedad de semilla patentada, firman un convenio donde se suscribe que cultivarán únicamente la semilla que nos están comprando y que no guardarán ni volverán a sembrar las semillas que van a producir las plantas que están cultivando. Al año, más de 250 mil agricultores compran semillas aceptando esto. Ellos comprenden la simplicidad básica del convenio que consiste en que a un negocio se le debe remunerar por los productos que éste genere.”
Pero, a decir del activista José Martínez Cruz lo anterior sólo es una clara muestra de la falta de políticas públicas que garanticen en un futuro la alimentación no sólo de los pequeños poblados como lo son los de, al menos 25 municipios de Morelos sino a nivel estatal y nacional. A decir Martínez Cruz antes no se producía sorgo en la zona sino maíz, arroz, jitomate y cebolla pero estos cultivos fueron poco a poco sustituidos por cuestiones de rentabilidad a través de la organización de pequeños productores. Sin embargo, no es el caso del sorgo en donde el cultivo se ha monopolizado favoreciendo a las transnacionales.
En el caso del sorgo no existen asociaciones democráticas sino controladas, como ocurre con los cañeros o con otros productos. Monsanto y esas trasnacionales lo que hacen es homogenizar el tipo de cultivo, aunque dicen que lo preparan para enfrentar sequías o inundaciones la verdad es que los van transformando genéticamente y van haciendo dependientes a los campesinos de esas semillas porque ya no pueden cosecharlas y tener nuevos tipos de semilla sino supuestamente la de mayor rentabilidad o rendimiento.
 Pero ¿qué pasará si las empresas transnacionales continúan fijando las condiciones de venta de las semillas?, ¿hay suficiente inversión en tecnología para garantizar la producción e impulso de semillas 100 por ciento mexicanas?, ¿podrá el país en el futuro recuperar la autonomía en el campo? Los especialistas consideran que el futuro de la agricultura en Morelos no será alentador mientras el gobierno no apoye al pequeño productor y lo dote de tecnología no sólo para hacerlo autosuficiente sino competitivo. Así pues, al final el recorrido por los bellos sembradíos de sorgo de Yecapixtla se vuelve un tanto contradictorio ¿es la tierra morelense, la de Emiliano Zapata, de donde surge su esplendor o son las etiquetas Made in USA que sobresalen de entre los sembradíos?

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