A posteriori/ Contra noticias falsas: periodismo de calidad




Miriam Estrada

“¡Alerta, tráfico de órganos, cuiden a sus niños!”, así advertía una publicación en Facebook a pobladores de Perú sobre la posibilidad de que delincuentes secuestraran a sus hijos. En cuestión de horas, la alarma había sido replicada por cientos de personas, y escalado a tal nivel que, de acuerdo con Canal 44, derivó en un enfrentamiento entre pobladores del barrio de Huaycan, un sector de Lima, con la policía local.

En México, hace sólo unas semanas un profesor de la Universidad de Guadalajara enfrentó el linchamiento virtual de miles de personas fomentado en las redes sociales e impulsado por los propios medios de comunicación que difundieron un vídeo –descontextualizado- en el que se lo mostraba como un “vulgar machista”.

Días atrás, sale a la luz otro vídeo sobre un incidente protagonizado por el presidente del partido Morena, Andrés Manuel López Obrador, en el que intercambia frases con el señor Antonio Tizapia Legideño, padre de uno de los 43 jóvenes estudiantes de la normal de Ayotzinapa desaparecido en Iguala, en 2014. ¿Exclamó López Obrador o no un “cállate”?

Como periodistas y como audiencia, estos ejemplos obligan a la reflexión. A lo largo de la historia, el periodismo ha tenido un papel relevante en la construcción y el avance de la democracia, pero ¿Cómo podrán las empresas periodísticas seguir su labor si día con día pierden lo más importante: su credibilidad?. 

En el pasado, destacados periodistas han dedicado su vida a diseñar instrumentos que contribuyen a elevar la calidad de la información que se ofrece a la audiencia, como la autorregulación, el código de ética, manual de estilo, defensor de las audiencias, estatuto de la redacción, comité editorial, entre otros. Es deber de los periodistas realizar una autocrítica sobre estos puntos e implementarlos con rigor para blindar su quehacer. 

Como dirían los periodistas estadounidenses Bill Kovach y Tom Rosenstiel es momento de que los periodistas restablezcan su compromiso con su audiencia, yo agrego: con la verdad, la ética y la responsabilidad social.

Asimismo, es el deber de la audiencia exigir a los periodistas, y a los medios de comunicación, poner en práctica dichos instrumentos para garantizar que sus contenidos son verídicos; que se incremente la vigilancia para hacerlos visibles y transparentar su aplicación. De igual forma, desconfiar de aquellos “medios” que ocultan información básica como: el nombre de su o sus propietarios, directorio, política editorial, código de ética.

Leer, ver y escuchar de forma analítica y crítica para detectar qué hay detrás de la difusión de una información.

En estos tiempos donde las nuevas tecnologías propician la divulgación de “Noticias Falsas”, dañando profundamente a los individuos, y a la sociedad en su conjunto, una labor periodística de calidad, ejercida con rigor y con protección a la credibilidad es un acto fundamental para cualquier medio de comunicación y para cualquier periodista.

La política editorial de los medios está presente en cada una de las actividades que desarrollan, desde la propuesta de un tema, su investigación, y jerarquización del contenido a producir. Por esto mismo, es indispensable propiciar el ejercicio al derecho a la libertad de expresión y, aún más, a la información.

Hasta el momento, nadie se ha hecho responsable por la divulgación de la noticia sensacionalista y errónea en Perú; no hay un registro –completo- de qué medios comunicación y cuáles periodistas investigaron lo ocurrido con el profesor de la UdG; menos aún las versiones contextualizadas de lo acontecido en Washington con López Obrador y con el señor Tizapia Legideño.

Ya es tiempo de que quienes ejercen el oficio de informar le devuelvan a la profesión el verdadero sentido y significado de la palabra periodismo.

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