“¡Todos quieren administrar el infierno!”

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Miriam Estrada

Javier Sicilia Zardain está ¡hasta la madre! de quienes buscan administrar el infierno, de la clase política en México.

Para el escritor, la vida es la familia y la poesía, pero esa vida le fue mutilada el 28 de marzo de 2011, cuando fue asesinado su hijo Juan Francisco Sicilia Ortega y su cadáver hallado dentro de la cajuela de un vehículo abandonado en Temixco, Morelos, México.

Han pasado cuatro años de ese hecho y la molestia de Sicilia es evidente. Lucha para hacer visible la tragedia humanitaria que se vive en cada rincón del país, pero parece que sólo cosecha una profunda incomprensión de todos los sectores: políticos, académicos, sociales.

Conocí a Sicilia en las aulas de la Universidad La Salle en donde él impartía la clase de Estética en el diplomado de Filosofía. En ese entonces, Javier era otro. Un profesor bonachón que hablaba sobre la Literatura, la razón, el pensamiento, la belleza, la poesía. Pero él opina que es el mismo ser que era antes: El mismo poeta. El mismo ser humano:

“Simplemente atravesado por una tragedia personal, que es una tragedia colectiva”.

La oficina del escritor está ubicada en el segundo nivel de una residencia de Cuernavaca. Es una casa clásica de fin de semana. Fue habilitada como oficina de la Secretaría de Extensión de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos.

Javier se levanta, me saluda y abraza. Es obvio que no recuerda que fui su alumna. No se lo digo. Unos segundos y ubica sobre la mesa los elementos que serán indispensables para la plática: una taza de café, cenicero, encendedor, cajetilla de cigarros.

Retomo el homicidio de su hijo ¿Qué fue lo que pasó para que ese hecho provocara -que una nación entera- se diera cuenta de la magnitud de la desagracia que atraviesa México en derechos humanos? No lo piensa mucho sabe que su conciencia política y espiritual, que construyó desde la infancia con ayuda de sus padres, fue determinante. 

Javier Sicilia nació en la Ciudad de México, un 31 de mayo de 1956. Su padre, Oscar Sicilia, era comerciante y empresario, pero con una vocación poética. Un ser espiritual y católico cuya influencia lo llevó a analizar las lecturas del Evangelio que le compartía. Su padre fue su figura materna.

Sicilia considera que la religión católica expresa una relación estrecha entre la poesía y la espiritualidad.

Su madre, Catalina Zardain, también profesaba el catolicismo, sin embargo, desde una perspectiva mucho más práctica y política. Fue ella quien lo motivó a leer a Martin Luther King, a Mahatma Gandhi cuyas obras enriquecían la biblioteca de la familia.

Sicilia cuenta que en alguna ocasión su madre le enseñó una imagen de Gandhi y le expresó: “Ese es el rostro de Cristo… Mi madre fue la rectora moral de mi vida”.

Tomás Calvillo es un hombre relevante para Sicilia, el poeta. Lo considera su asesor político y poético; el amigo que, en su carácter de embajador, le informó aquella noche en Filipinas lo ocurrido a Juanelo  (Como cariñosamente nombra a su hijo). El compañero en el Movimiento de Paz con Justicia y Dignidad.

“Cuando lo conocí en la preparatoria este muchacho escribía poesía, tenía las bolsas llenas de poesía. Empecé yo a escribir e hice de la poesía una vocación, una gracia, una desgracia. No lo sé”.

En esos tiempos de estudiante, Sicilia descubre a Albert Camus el filósofo y periodista francés que enfatizó sobre la conciencia moral de los escritores: un escritor no puede ser ajeno al Universo. Sicilia explica su influencia: 

“La palabra es el mundo de los seres humanos, y las palabras de los seres humanos alimentan el mundo del poeta o del escritor; uno tiene la obligación de estar en ese mundo, responder por ese mundo, no sólo literariamente”.

La plática va y viene en torno a lo ocurrido a su hijo. Ese día fue el más espantoso de su vida. “No era nada”, resume.

En medio del caos, narra, decidió algo que califica de sentido común: Empatizar el dolor con los otros, dignificar a las víctimas a través de un movimiento inspirado en las acciones de Gandhi. El reclamo de justicia, pero a través de la movilización pacífica. Fue así como recorrieron el país bajo la inspiración de la Marcha de la Sal, encabezada por Gandhi en 1930.

Recuerda ese 8 de mayo en el templete del zócalo de la Ciudad de México ante un mar de personas. Aturdido por el clamor popular, leyó su discurso, la propuesta, el exhorto… la invitación al diálogo.

“Las víctimas eran el rostro de una realidad, de la corrupción del estado y si no se corregía –por eso había seis puntos- las víctimas se iban a seguir acumulando. Nadie lo entendió, o casi nadie”.

Dice que eso es lo que entienden los familiares de los 43 estudiantes de la normal de Ayotzinapa, en Guerrero. Detalla que no se trata de minimizar su drama, sino de potencializarlo y aprovechar todo lo que se ha conseguido con la lucha de miles de familias. Su rostro se transforma, la tranquilidad lo abandona y exclama desesperado:

 “Se sientan a dialogar con Enrique Peña Nieto y no lo hacen público teniendo el antecedente. Pudieron haberlo hecho público y decir: Sí, son los 43 más los 28 mil desaparecidos. Hubieran puesto al gobierno contra la pared. Lo hubieran puesto absolutamente contra la pared. Desaprovechan la historia que construimos. Me parece verdaderamente inaudito”.

Le hago notar que sus críticos consideran que los traicionó al tomar el camino del diálogo, el no haber pedido –ese 8 de mayo de 2011- la renuncia de Felipe Calderón, pero él argumenta que la movilización buscaba la vía democrática, y la vía democrática es el diálogo: 

“El movimiento de víctimas es de dos piernas: una es la movilización y otra es el diálogo caminando por una ruta de justicia y paz”.

Insisto y subrayo que mucha gente que participó lo vio como un Mesías, pero de inmediato agranda sus ojos color azul detrás de los lentes, inclina la cabeza y me señala: 
“¡Ahí está el equívoco!, para qué ven en un ser humano a un Mesías. El problema no es mío, el problema es de ellos. Yo no reivindico nadie. El problema de la gente es que proyecta sus ilusiones y las deja en un ser humano. Nunca mentí, nunca jugué. Asumí mi responsabilidad. Me jugué la vida, le di voz a los que no tenían voz ¡Me acusan yo no sé de qué! Soy un hombre agraviado. Yo no me arrepiento absolutamente de nada. Si algo tengo se llama paz de conciencia. Y yo quisiera saber quién en este país puede tener su conciencia en paz. Yo la tengo”.

Menciona que lo que le hace falta a este país es que los diversos actores sociales, pensadores, políticos, académicos se sienten para conseguir acuerdos y, en conjunto, impulsarlos por el bien común. Aunque reconoce que no es fácil porque hay desconfianza. 

“¡Todos quieren administrar el infierno!”.

En tanto, México se desangra por un problema de estructura, de sistema. Los seis puntos de sus demandas en aquel 2011 tenían la intención de transformar el país a través de una reforma a fondo
“¡Nadie peló!”
Se forma un breve silencio, Sicilia enciende otro cigarro estratégicamente colocado en una fina boquilla dorada que contrasta con el encendedor chino color verde fluorescente, se tranquiliza y menciona que no puede sustituir al Estado. Hay un Estado y a ese hay que exigirle. Considera que la Ley de Atención a Víctimas es inoperante a nivel federal y en los estados está peor porque ha sido utilizada con otros fines.

Lo cuestiono el por qué está tan enojado y responde: 

“No estoy cómodo. No es mi mundo, no es mi vida. Mi vida es mi familia y me la mutilaron. Mi vida es la poesía. Mi vida es otra cosa, me obligaron a esto. Estoy muy molesto por este país, estoy muy molesto con su corrupción moral estoy muy molesto con los simuladores que dicen que gobiernan. Estoy molesto con la clase política”.

Hace unos días, en Morelos se reveló un nuevo agravio en contra de familiares de víctimas de la violencia. El cadáver de un joven asesinado en el municipio de Cuautla fue arrojado a una fosa común de la Fiscalía General de Justicia del estado, a pesar de que había sido identificado plenamente por su madre, la señora Concepción Hernández. Este caso dejó al descubierto una serie de irregularidades que tienen en vilo al gobierno del perredista Graco Ramírez. 

Javier Sicilia no se permite quedar indiferente. Sigue en movimiento por la paz, la justicia y la dignidad:
 “Yo no sé si va haber cambio, pero de mi lado prefiero encender una vela que estar maldiciendo en la oscuridad y cuando yo digo cosas fuertes es porque las estoy amparando con propuestas”.

La aparente serenidad se corta de un manotazo en la mesa. Su ceño se frunce y reitera: “¡Con propuestas!”




Fragmento de la entrevista realizada en noviembre de 2015

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